Por Nácar Del Caribe*
En el Caribe sur, el «carbono azul» brilla como una joya de sostenibilidad ante los ojos del gobierno y las organizaciones internacionales. Manglares, arrecifes y pastos marinos son ahora los nuevos héroes de la lucha contra el cambio climático, o al menos eso se pregona desde las oficinas con aire acondicionado en San José y Nueva York.
Mientras tanto, en las costas, quienes realmente han mantenido a flote estos ecosistemas durante generaciones miran desde la barrera cómo el festín se sirve sin invitación para ellos.
El programa del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF) llega como una solución mágica, pero con un truco escondido: para «proteger» el mar, primero hay que sacar a quienes viven de él. O, por lo menos, eso suponen muchos, ¿no? Al parecer, los mismos que han combatido el pez león desde 2013, limpiado toneladas de sargazo desde 2009 y protegido a los ecosistemas mucho antes de que el carbono azul fuera tendencia podrían ahora ser el mayor obstáculo para que el gobierno pueda vender bonos de carbono en la Bolsa de Nueva York.
Por supuesto, nada de esto es gratis. El “Corredor Azul” busca crear y gestionar un corredor marino entre Cahuita y Gandoca-Manzanillo. Probablemente traerá más restricciones que beneficios para las comunidades locales porque, al parecer, la naturaleza es más valiosa sin seres humanos cerca.
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Mientras los pescadores limpian el sargazo con sus propios recursos y evitan que el agua se acidifique por los metales pesados que esta alga contiene, el gobierno sigue sin invertir ni un cinco. Eso sí, los bonos de carbono neutral ya tienen precio en dólares.
José Ugalde, pescador del Caribe central, lo resume con palabras muy sensatas:
«Nosotros hemos trabajado en el manejo del pez león, el control del sargazo y la protección contra especies dañinas como los peces Canthigaster rostrata. Esto lo hacemos sin apoyo del gobierno. Pero ahora, el carbono azul, que debería ser una oportunidad para todos, se podría convertir en una excusa para sacarnos del mar. Nadie sabe para quién trabaja, y nuestras comunidades no reciben ningún beneficio«.
Ironías aparte, la situación es grotesca. El gobierno cotiza al alza una imagen de conservación que no existe, mientras los bosques y ecosistemas del Caribe sur siguen deteriorándose. Los pescadores artesanales, que han demostrado durante años que es posible convivir con la naturaleza, se ven relegados por unos planes reguladores que parecen más diseñados para postales que para realidades.
Tal vez sea hora de que el gobierno reconozca que la verdadera sostenibilidad no se logra vendiendo bonos de carbono ni expulsando comunidades del mar. Las soluciones reales pasan por incluir a quienes han cuidado de estos ecosistemas desde siempre y garantizar que los beneficios del carbono azul no terminen solo en las cuentas bancarias de unos pocos.
Si no, seguiremos viviendo en un país donde la naturaleza se usa para decorar informes internacionales mientras se despoja a quienes la protegen: a los que realmente han sido los guardianes del mar.
*Destilo de lo invisible la ironía y la perla, pues siempre esconden secretos.