Patricia Navarro-Molina*
«Comunista resentida», «resentidos sociales», «comunistas de caviar», etc., son parte de los epítetos que escuchamos de boca del presidente y algunas de sus diputadas. Esta manera de «comunicar» se ha convertido en el pan de cada día en nuestro país.
Tratando de analizar el fenómeno, me di a la tarea de leer algunos autores… Estas son mis aportes sobre el «nuevo léxico del Gobierno«.
Tal y como señalan Susana Guerrero Salazar y Emilio Alejandro Núñez Cabezas, la descalificación es una de las armas más empleadas en la política. Otros autores, como Luque, Pàmies y Manjón, consideran que «el insulto cobra toda su razón de ser, pues los políticos conocen la eficacia del lenguaje para destruir reputaciones y ridiculizar al adversario».
Y, si bien la descalificación ha estado presente en otras etapas de nuestra vida pública, es ahora, con la llegada a la presidencia de un populista autoritario, cuando este recurso se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Lo vemos tanto en las intervenciones del mandatario en sus habituales conferencias de prensa como en las giras, entrevistas y respuestas a los medios, especialmente cuando la oposición o sus críticos lo cuestionan. La descalificación también se ha hecho presente en el plenario de la Asamblea Legislativa, con más frecuencia en boca de las diputadas oficialistas Pilar Cisneros y Ada Acuña. Diputados de otras bancadas también han incursionado en este campo tan deleznable.
Guerrero y Núñez consideran que el insulto se emplea «con más profusión en tiempos de crisis —por tiempos de crisis entendemos no sólo aquellos momentos de convulsión política y social evidente, sino también aquellos periodos en los que, habiendo una calma social aparente, reina una falta de ideología o un desencanto general—».
En el pasado, y nuevamente hoy, proliferan los insultos hacia grupos que algunos consideran de izquierda o que critican al gobierno, tales como «antidemocrático», «comunista», «filibustero», «progre», etc. Lo que funciona en este tipo de insulto —como señalan Luque, Pàmies y Manjón— es el fenómeno del desplazamiento: cualquier palabra, debidamente desplazada, puede convertirse en una ofensa.
Considero que el actual presidente de la República, así como algunos de sus diputados y seguidores, disponen de todo su vocabulario «normal«, que aplican de forma «adecuadamente retorcida» y «cómoda» para ofender y, a la vez, sembrar la confusión, «siempre y cuando sea mentira».
Si bien este léxico no se caracteriza precisamente por ser un modelo de originalidad, creatividad o corrección —pues ha sido usado en las últimas décadas por Chávez y Maduro en Venezuela, Trump en Estados Unidos, y Milei en Argentina—, refleja una carencia de recursos argumentativos y expresivos más elevados. Es un camino corto, empleado por los populistas para conseguir atención, utilizando “malos modos” que desafían las formas y normas sociales e institucionales.